martes, 9 de febrero de 2021

Emicat meridies

 

Brillante como el mediodía,

Bienaventurado es el reposo

Para Escolástica, virgen.

 

Al entrar en la recámara,

Reclama los ósculos del Esposo

Su único Amado.

 

¡Con cuán grandes gemidos,

Y ardores de corazón

Ella buscó al Amado!

 

Movió a los cielos con sus lágrimas,

Y con grandes lluvias

Ablandó el corazón de su hermano.

 

¡Oh gratos coloquios,

Cuando los gozos de los cielos

Le explica Benito!

 

Ardientes deseos

Y suspiros de corazón,

El virginal Esposo suscita.

 

Ven, hermosísima

Y amadísima esposa,

Ven, y serás coronada.

 

Dormirás entre lirios,

Abundarás en delectación,

Y serás embriagada de ellos.

 

Oh paloma de las vírgenes,

Que desde las riberas de los ríos

Te diriges al aula de la gloria.

 

Atráenos con tus fragancias,

Y aliméntanos maternalmente

De la gracia inmortal.

Amén.

 

* * *

 

Dice el Martirologio Romano el 10 de febrero:

En Monte-Casino, santa Escolástica, Virgen, hermana de san Benito Abad; cuya alma vio el Santo, en forma de paloma, salir del cuerpo y volar al cielo.

 

Ésta es la secuencia de la Misa de Santa Escolástica, como figura en los libros litúrgicos propios de la Orden Benedictina.

 

En ella –poéticamente– se narran algunos episodios de la vida de la santa, tomados de los capítulos 33 y 34 del libro II de los Diálogos de San Gregorio Magno, además de adaptar algunos pasajes del Cantar de los Cantares a la vida de Santa Escolástica, lo que se repite en diversos textos de la Misa.

 

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Aquí se puede escuchar o descargar la secuencia registrada por los monjes del Monasterio San Benito de Nursia.

 

* * *

 

Libro II de los Diálogos de San Gregorio Magno

XXXIII. El milagro de su hermana Escolástica

En esta vida, Pedro, ¿quién más grande que Pablo, el cual rogó tres veces al Señor que lo librara del aguijón de la carne, y que sin embargo no pudo obtener lo que deseaba? (cf. 2 Co 12, 7ss). Por eso es necesario que te cuente cómo el venerable Padre Benito quiso en una ocasión algo que no pudo obtener.

Su hermana Escolástica, consagrada desde su infancia a Dios omnipotente, solía visitarlo una vez al año. El hombre de Dios por su parte descendía para verla a una propiedad del monasterio, no lejos de la portería.

Un día fue como de costumbre y su venerable hermano bajó a verla, junto con algunos discípulos. Pasaron todo el día en alabanzas de Dios y en santas coloquios, y al caer la oscuridad de la noche, tomaron juntos la refección. Cuando aún estaban sentados a la mesa, y el tiempo transcurriera en santas conversaciones, su hermana religiosa le rogó diciendo: “Te suplico que no me abandones durante esta noche, para que podamos conversar hasta mañana de las alegrías de la vida celestial”. Mas él contestó: “¿Qué estás diciendo, hermana? De ninguna manera puedo permanecer fuera del monasterio”.

Era tanta la serenidad del cielo que no se veía en él nube alguna. La santa religiosa, al oír la negativa de su hermano, entrelazando sus dedos sobre la mesa, apoyó la cabeza en sus manos para implorar al Señor omnipotente. Cuando la levantó, estallaron con tanta vehemencia truenos y relámpagos y fue tal la inundación producida por la lluvia, que el venerable Benito y los hermanos que estaban con él, no pudieron ni siquiera traspasar el umbral de la habitación en la que se hallaban. En efecto, la santa religiosa al apoyar la cabeza en sus manos, había derramado sobre la mesa ríos de lágrimas que transformaron en lluvia la serenidad del cielo. Tan sin tardanza siguió la inundación a la oración que ambas coincidieron, de modo tal que al levantar la cabeza estalló el trueno y en el mismo momento comenzó a caer la lluvia.

Viendo entonces el hombre de Dios que en medio de los relámpagos y truenos y de la inundación de la lluvia torrencial, no le era posible regresar al monasterio, contristado comenzó a quejarse diciendo: “Que Dios omnipotente te perdone, hermana. ¿Qué es lo que hiciste?”. Ella le contestó: “Mira, te rogué a ti y no quisiste escucharme; rogué a mi Señor y Él me escuchó. Sal ahora si puedes y, dejándome, regresa al monasterio”. Pero él no pudo salir de la casa, y no habiendo querido quedarse de buen grado, tuvo que permanecer allí contra su voluntad. Y así fue como pasaron toda la noche en santos coloquios sobre la vida espiritual.

Por eso te decía, Pedro, que Benito había deseado algo que no pudo conseguir. Porque si nos fijamos en el pensamiento del hombre venerable, no hay duda de que deseaba que se mantuviera el tiempo sereno como cuando había bajado, pero en contra de lo que él quería, por el poder de Dios omnipotente ocurrió el milagro, alcanzado por el corazón de una mujer. Y no hay que admirarse de que en esa ocasión pudiese más que él esa mujer que ardía en deseos de ver por más tiempo a su hermano. Porque según las palabras de Juan, Dios es amor (1 Jn 4, 8.16), y era muy justo que pudiera más la que más amaba.

Pedro: Confieso que me gusta mucho lo que me dices.


XXXIV. Cómo vio salir de su cuerpo el alma de su hermana.

Gregorio: Cuando al día siguiente, la venerable mujer volvió a su casa, el hombre de Dios regresó al monasterio. Tres días después, estando él en el monasterio, elevada la mirada hacia lo alto, vio el alma de su hermana que, después de haber abandonado su cuerpo, penetraba en forma de paloma en las profundidades misteriosas del cielo. Colmado de alegría por gloria tan grande, dio gracias a Dios omnipotente con himnos y alabanzas y anunció a los hermanos su muerte.

Al instante los envió para que trajeran el cuerpo al monasterio y lo depositaran en el sepulcro que había preparado para sí. Sucedió entonces que ni siquiera el sepulcro pudo separar los cuerpos de aquellos cuyo espíritu siempre había sido uno en Dios.

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