Brillante como el mediodía,
Bienaventurado es el reposo
Para Escolástica, virgen.
Al entrar en
la recámara,
Reclama los
ósculos del Esposo
Su único Amado.
¡Con cuán
grandes gemidos,
Y ardores de corazón
Ella
buscó al Amado!
Movió a los
cielos con sus lágrimas,
Y con
grandes lluvias
Ablandó
el corazón de su hermano.
¡Oh gratos coloquios,
Cuando los
gozos de los cielos
Le explica
Benito!
Ardientes deseos
Y suspiros de corazón,
El virginal Esposo suscita.
Ven,
hermosísima
Y
amadísima esposa,
Ven, y
serás coronada.
Dormirás
entre lirios,
Abundarás
en delectación,
Y serás
embriagada de ellos.
Oh paloma
de las vírgenes,
Que desde
las riberas de los ríos
Te
diriges al aula de la gloria.
Atráenos
con tus fragancias,
Y
aliméntanos maternalmente
De la
gracia inmortal.
Amén.
* * *
Dice el
Martirologio Romano el 10 de febrero:
En
Monte-Casino, santa Escolástica, Virgen, hermana de san Benito Abad; cuya alma
vio el Santo, en forma de paloma, salir del cuerpo y volar al cielo.
Ésta es
la secuencia de la Misa de Santa Escolástica, como figura en los libros
litúrgicos propios de la Orden Benedictina.
En ella
–poéticamente– se narran algunos episodios de la vida de la santa, tomados de
los capítulos 33 y 34 del libro II de los Diálogos de San Gregorio Magno,
además de adaptar algunos pasajes del Cantar de los Cantares a la vida de Santa
Escolástica, lo que se repite en diversos textos de la Misa.
* * *
Aquí se
puede escuchar o descargar la secuencia registrada por los monjes del Monasterio San Benito de Nursia.
* * *
Libro II de los Diálogos de San Gregorio
Magno
XXXIII. El milagro de su hermana Escolástica
En esta
vida, Pedro, ¿quién más grande que Pablo, el cual rogó tres veces al Señor que lo
librara del aguijón de la carne, y que sin embargo no pudo obtener lo que
deseaba? (cf. 2 Co 12, 7ss). Por eso es necesario que te cuente cómo el
venerable Padre Benito quiso en una ocasión algo que no pudo obtener.
Su
hermana Escolástica, consagrada desde su infancia a Dios omnipotente, solía visitarlo
una vez al año. El hombre de Dios por su parte descendía para verla a una
propiedad del monasterio, no lejos de la portería.
Un día
fue como de costumbre y su venerable hermano bajó a verla, junto con algunos
discípulos. Pasaron todo el día en alabanzas de Dios y en santas coloquios, y
al caer la oscuridad de la noche, tomaron juntos la refección. Cuando aún
estaban sentados a la mesa, y el tiempo transcurriera en santas conversaciones,
su hermana religiosa le rogó diciendo: “Te suplico que no me abandones durante
esta noche, para que podamos conversar hasta mañana de las alegrías de la vida
celestial”. Mas él contestó: “¿Qué estás diciendo, hermana? De ninguna manera
puedo permanecer fuera del monasterio”.
Era tanta
la serenidad del cielo que no se veía en él nube alguna. La santa religiosa, al
oír la negativa de su hermano, entrelazando sus dedos sobre la mesa, apoyó la
cabeza en sus manos para implorar al Señor omnipotente. Cuando la levantó,
estallaron con tanta vehemencia truenos y relámpagos y fue tal la inundación
producida por la lluvia, que el venerable Benito y los hermanos que estaban con
él, no pudieron ni siquiera traspasar el umbral de la habitación en la que se
hallaban. En efecto, la santa religiosa al apoyar la cabeza en sus manos, había
derramado sobre la mesa ríos de lágrimas que transformaron en lluvia la
serenidad del cielo. Tan sin tardanza siguió la inundación a la oración que
ambas coincidieron, de modo tal que al levantar la cabeza estalló el trueno y
en el mismo momento comenzó a caer la lluvia.
Viendo
entonces el hombre de Dios que en medio de los relámpagos y truenos y de la inundación
de la lluvia torrencial, no le era posible regresar al monasterio, contristado
comenzó a quejarse diciendo: “Que Dios omnipotente te perdone, hermana. ¿Qué es
lo que hiciste?”. Ella le contestó: “Mira, te rogué a ti y no quisiste
escucharme; rogué a mi Señor y Él me escuchó. Sal ahora si puedes y, dejándome,
regresa al monasterio”. Pero él no pudo salir de la casa, y no habiendo querido
quedarse de buen grado, tuvo que permanecer allí contra su voluntad. Y así fue
como pasaron toda la noche en santos coloquios sobre la vida espiritual.
Por eso
te decía, Pedro, que Benito había deseado algo que no pudo conseguir. Porque si
nos fijamos en el pensamiento del hombre venerable, no hay duda de que deseaba
que se mantuviera el tiempo sereno como cuando había bajado, pero en contra de
lo que él quería, por el poder de Dios omnipotente ocurrió el milagro,
alcanzado por el corazón de una mujer. Y no hay que admirarse de que en esa
ocasión pudiese más que él esa mujer que ardía en deseos de ver por más tiempo
a su hermano. Porque según las palabras de Juan, Dios es amor (1 Jn 4, 8.16), y
era muy justo que pudiera más la que más amaba.
Pedro:
Confieso que me gusta mucho lo que me dices.
XXXIV. Cómo vio salir de su cuerpo el alma de su hermana.
Gregorio: Cuando
al día siguiente, la venerable mujer volvió a su casa, el hombre de Dios
regresó al monasterio. Tres días después, estando él en el monasterio, elevada
la mirada hacia lo alto, vio el alma de su hermana que, después de haber
abandonado su cuerpo, penetraba en forma de paloma en las profundidades
misteriosas del cielo. Colmado de alegría por gloria tan grande, dio gracias a
Dios omnipotente con himnos y alabanzas y anunció a los hermanos su muerte.
Al
instante los envió para que trajeran el cuerpo al monasterio y lo depositaran
en el sepulcro que había preparado para sí. Sucedió entonces que ni siquiera el
sepulcro pudo separar los cuerpos de aquellos cuyo espíritu siempre había sido
uno en Dios.
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